Certificado. DIPLOMATURA EN COMMUNITY MANAGEMENT Y COMUNICACIÓN 2.0.
jueves, 5 de diciembre de 2013
domingo, 27 de octubre de 2013
jueves, 24 de octubre de 2013
viernes, 7 de septiembre de 2007
TRABAJO Nº 13 CRÓNICA PERIODÍSTICA
Tambo de Mora: huida del penal
Texto y Fotografía: Ademir Espíritu
El temblor que sacudió la costa peruana el 15 de agosto pasado no solo trajo muerte y desolación para los habitantes: algunos abrazaron otra vez la vida. El terremoto niveló casas, hoteles y hospitales pero también destruyó una prisión. Cientos de reos se escaparon y hasta el día de hoy no han sido recapturados. Testigos de primera mano cuentan su historia.
En la penitenciaría de Tambo de Mora (En Chincha, 50 km al norte de Pisco) ya no hay más presos. Las celdas lucen abiertas. Vacías. A perpetuidad. Los 7.9 grados en la escala de Richter del sismo del 15 de agosto la condenaron a estar sin presos, ni custodios, y —mucho menos— visitas.
El temblor de tierra simplemente la desacopló un metro de donde fue edificada y las autoridades tuvieron que decretar la imposibilidad de seguir albergando presos. Antes de la primavera —que en esta parte del mundo se inicia el 21 de septiembre— será reducida a toneladas de desmonte.
Contraste enorme con aquel infausto miércoles, un día en el que no se sospechaba lo que iba a pasar a las 18.40 y la prisión estaba llena de gente, como un panal en plena actividad. No menos de dos mil personas –incluidos los 684 internos y sus veinte celadores- atestaban el reclusorio. Era día de visita. Visita que se marchó a las cinco de la tarde. Cuentan los presos que esa tarde retornaron alegres a sus celdas. Alegres quizá porque sus familiares y amigos todavía los recuerdan a pesar de sus malos pasos o, quizás, por la chicha fermentada que habían bebido luego del almuerzo.
Un testigo de primera mano, que recordó en detalle lo que sucedió, es un preso que pide no ser fotografiado. “El Negro” llevaba tres años en la cárcel. Fue él quien abrió cada puerta de cada pabellón luego de las primeras sacudidas del terremoto que azotó la costa del Pacífico. Un oficial le ordenó hacerlo. “El Negro“ cuenta como caminó con suma dificultad hasta la cuadra de las convictas. La espumosa agua de mar le sobrepasaba las rodillas. No paraba de brotar del suelo. “Era desesperante. En medio de un calabozo, sobre el camastro, dos mujeres rezaban. Cada una cargaba a su hijito. Las demás suplicaban auxilio. Todas lloraban. Era como esa película, Titanic. Los postes de corriente explotaron. Nos quedamos a oscuras. Tenía miedo. No sé cómo logre abrir cada pabellón”, narra “El Negro”. No sonríe. En el momento que el estaba salvando vidas ajenas, su padre pereció en Chincha. El terremoto lo lapidó.
El establecimiento penitenciario de Tambo de Mora fue inaugurado en marzo de 1995, pero su construcción no fue avalada por los especialistas. Bajo su suelo –a 70 centímetros– había un depósito natural de agua marina. Ante cualquier evento sísmico estaba condenado al colapso. En el momento crítico del temblor, quedarse en la prisión igualaba a suicidio. Con el 90 por ciento de la infraestructura del recinto carcelario hundido en un metro, y derribadas las paredes que la abrazaban, se inició el éxodo de los presos. Se dispersaron por los cuatro vientos. Una turba tomó la calle Santo Domingo. Llegaron al distrito de Tambo de Mora. Asaltaron casas y comercios. De ahí, la mayoría de los fugados partió a Pisco. Siete chóferes de la empresa de taxis Centinela quedaron varados en la autopista Panamericana Sur porque los despojaron de sus automóviles. Días después del terremoto sus vehículos fueron localizados en diversas zonas de Pisco.
Las autoridades no han divulgado una lista oficial con los nombres de los presos. Se ha informado que una división especial de la Policía viene realizando redadas en los barrios más peligrosos de Ica, Chincha y Pisco, además de las carreteras de todo el Perú. Doscientos cincuenta reclusos han sido recapturados en estos operativos.
Según el Instituto Nacional Penitenciario (INPE) de Perú, de los 665 internos que optaron por huir, solo 150 regresaron por voluntad propia. Estos han sido derivados a otros penales vecinos, menos unos cuantos. Como Gustavo Ramos Flores.
Este cuarentón, originario de Chincha, se acuerda de cada segundo de la secuencia durante el devastador terremoto: “A las seis con cuarenta, tomé asiento sobre mi pequeña silla en el pabellón número uno. Me disponía a tejer el tercero de los seis sombreros de mimbre que me habían encomendado. Mi esposa vendría a recogerlos el próximo sábado.” “Los primeros treinta segundos del sismo los tomé con tranquilidad. Los minutos restantes entré en pánico. Abracé los barrotes de la celda.” Un ruido semejante a un trueno lo desequilibró. El agua de mar brotaba como pequeños géiseres desde el agrietado piso, inundando todo el pabellón. La cordura también había colapsado en los demás reos. Gustavo y sus compañeros tiraron con inusitado salvajismo de los barrotes que componían una ventana. “Los arrancamos. Uno a uno salimos por aquel boquete en la pared. Las puertas de los pabellones aún no se abrían,” nos narra.
Gustavo corrió al patio. En su cabeza se repetían las imágenes de su esposa y sus hijos. Observó que las paredes perimetrales del presidio dormían sobre las calles, y huyó. Agobiado por la suerte de su familia, sus trancos le condujeron a Pisco. Ni las balas que los agentes dispararon al aire amedrentaron su huida. Dieciséis días después del terremoto decidió retornar al penal de Tambo de Mora. Su entrega fue voluntaria y tiene incluso una buena coartada por su ausencia: en esos días de libertad dice haber colaborado descargando las toneladas de ayuda que llegaban al albergue Sagrado Corazón de Jesús en Pisco, un refugio donde encontró a su familia entera con buena salud.
Ahora Gustavo Ramos parece un poco fuera de lugar en la ruina de lo que era una prisión. Como testigo de primera mano, se adjudicó el papel de guía para los periodistas y autoridades carcelarias.
Hoy hay solo tres policías y cinco agentes del INPE para vigilar a los pocos presos. Algunos están haciendo labores de limpieza, acompañados por dos de los siete perros guardianes que cuidaban el presidio. Solo ellos, con la cabeza gacha, recorren alegremente los escombros del desolado penal sin paredes, cuyas estructuras derruidas lo hacen el más triste del mundo.
(03-09-07/© Prensa Nueva)
Texto y Fotografía: Ademir Espíritu
El temblor que sacudió la costa peruana el 15 de agosto pasado no solo trajo muerte y desolación para los habitantes: algunos abrazaron otra vez la vida. El terremoto niveló casas, hoteles y hospitales pero también destruyó una prisión. Cientos de reos se escaparon y hasta el día de hoy no han sido recapturados. Testigos de primera mano cuentan su historia.
En la penitenciaría de Tambo de Mora (En Chincha, 50 km al norte de Pisco) ya no hay más presos. Las celdas lucen abiertas. Vacías. A perpetuidad. Los 7.9 grados en la escala de Richter del sismo del 15 de agosto la condenaron a estar sin presos, ni custodios, y —mucho menos— visitas.
El temblor de tierra simplemente la desacopló un metro de donde fue edificada y las autoridades tuvieron que decretar la imposibilidad de seguir albergando presos. Antes de la primavera —que en esta parte del mundo se inicia el 21 de septiembre— será reducida a toneladas de desmonte.
Contraste enorme con aquel infausto miércoles, un día en el que no se sospechaba lo que iba a pasar a las 18.40 y la prisión estaba llena de gente, como un panal en plena actividad. No menos de dos mil personas –incluidos los 684 internos y sus veinte celadores- atestaban el reclusorio. Era día de visita. Visita que se marchó a las cinco de la tarde. Cuentan los presos que esa tarde retornaron alegres a sus celdas. Alegres quizá porque sus familiares y amigos todavía los recuerdan a pesar de sus malos pasos o, quizás, por la chicha fermentada que habían bebido luego del almuerzo.
Un testigo de primera mano, que recordó en detalle lo que sucedió, es un preso que pide no ser fotografiado. “El Negro” llevaba tres años en la cárcel. Fue él quien abrió cada puerta de cada pabellón luego de las primeras sacudidas del terremoto que azotó la costa del Pacífico. Un oficial le ordenó hacerlo. “El Negro“ cuenta como caminó con suma dificultad hasta la cuadra de las convictas. La espumosa agua de mar le sobrepasaba las rodillas. No paraba de brotar del suelo. “Era desesperante. En medio de un calabozo, sobre el camastro, dos mujeres rezaban. Cada una cargaba a su hijito. Las demás suplicaban auxilio. Todas lloraban. Era como esa película, Titanic. Los postes de corriente explotaron. Nos quedamos a oscuras. Tenía miedo. No sé cómo logre abrir cada pabellón”, narra “El Negro”. No sonríe. En el momento que el estaba salvando vidas ajenas, su padre pereció en Chincha. El terremoto lo lapidó.
El establecimiento penitenciario de Tambo de Mora fue inaugurado en marzo de 1995, pero su construcción no fue avalada por los especialistas. Bajo su suelo –a 70 centímetros– había un depósito natural de agua marina. Ante cualquier evento sísmico estaba condenado al colapso. En el momento crítico del temblor, quedarse en la prisión igualaba a suicidio. Con el 90 por ciento de la infraestructura del recinto carcelario hundido en un metro, y derribadas las paredes que la abrazaban, se inició el éxodo de los presos. Se dispersaron por los cuatro vientos. Una turba tomó la calle Santo Domingo. Llegaron al distrito de Tambo de Mora. Asaltaron casas y comercios. De ahí, la mayoría de los fugados partió a Pisco. Siete chóferes de la empresa de taxis Centinela quedaron varados en la autopista Panamericana Sur porque los despojaron de sus automóviles. Días después del terremoto sus vehículos fueron localizados en diversas zonas de Pisco.
Las autoridades no han divulgado una lista oficial con los nombres de los presos. Se ha informado que una división especial de la Policía viene realizando redadas en los barrios más peligrosos de Ica, Chincha y Pisco, además de las carreteras de todo el Perú. Doscientos cincuenta reclusos han sido recapturados en estos operativos.
Según el Instituto Nacional Penitenciario (INPE) de Perú, de los 665 internos que optaron por huir, solo 150 regresaron por voluntad propia. Estos han sido derivados a otros penales vecinos, menos unos cuantos. Como Gustavo Ramos Flores.
Este cuarentón, originario de Chincha, se acuerda de cada segundo de la secuencia durante el devastador terremoto: “A las seis con cuarenta, tomé asiento sobre mi pequeña silla en el pabellón número uno. Me disponía a tejer el tercero de los seis sombreros de mimbre que me habían encomendado. Mi esposa vendría a recogerlos el próximo sábado.” “Los primeros treinta segundos del sismo los tomé con tranquilidad. Los minutos restantes entré en pánico. Abracé los barrotes de la celda.” Un ruido semejante a un trueno lo desequilibró. El agua de mar brotaba como pequeños géiseres desde el agrietado piso, inundando todo el pabellón. La cordura también había colapsado en los demás reos. Gustavo y sus compañeros tiraron con inusitado salvajismo de los barrotes que componían una ventana. “Los arrancamos. Uno a uno salimos por aquel boquete en la pared. Las puertas de los pabellones aún no se abrían,” nos narra.
Gustavo corrió al patio. En su cabeza se repetían las imágenes de su esposa y sus hijos. Observó que las paredes perimetrales del presidio dormían sobre las calles, y huyó. Agobiado por la suerte de su familia, sus trancos le condujeron a Pisco. Ni las balas que los agentes dispararon al aire amedrentaron su huida. Dieciséis días después del terremoto decidió retornar al penal de Tambo de Mora. Su entrega fue voluntaria y tiene incluso una buena coartada por su ausencia: en esos días de libertad dice haber colaborado descargando las toneladas de ayuda que llegaban al albergue Sagrado Corazón de Jesús en Pisco, un refugio donde encontró a su familia entera con buena salud.
Ahora Gustavo Ramos parece un poco fuera de lugar en la ruina de lo que era una prisión. Como testigo de primera mano, se adjudicó el papel de guía para los periodistas y autoridades carcelarias.
Hoy hay solo tres policías y cinco agentes del INPE para vigilar a los pocos presos. Algunos están haciendo labores de limpieza, acompañados por dos de los siete perros guardianes que cuidaban el presidio. Solo ellos, con la cabeza gacha, recorren alegremente los escombros del desolado penal sin paredes, cuyas estructuras derruidas lo hacen el más triste del mundo.
(03-09-07/© Prensa Nueva)
martes, 12 de junio de 2007
Trabajo Nº 12 Audiovisual
Ficha técnica
Título: Video Institucional de FORPRODES
Formato: Video
Lugar: Lima, Perú.
Producido por Ademir Espíritu.
Año: 2007
Título: Video Institucional de FORPRODES
Formato: Video
Lugar: Lima, Perú.
Producido por Ademir Espíritu.
Año: 2007
Trabajo Nº 11 Audiovisual
Ficha técnica
Título: Video Institucional de SJL
Formato: Video
Lugar: Lima, Perú.
Producido por Ademir Espíritu.
Locución: Liliana Hernández y Ronald Carbajal.
Año: 2006
lunes, 26 de febrero de 2007
Trabajo Nº 10 - Fotografía periodística
Trabajo Nº 9 - Fotografía periodística
Fotografía en portada de la BBC edición on line en español, en la propuesta para sus lectores "Celebraciones navideñas"
http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/forums/espacio_del_lector/newsid_6204000/6204297.stm
Trabajo Nº 8 - Fotografía periodística
Fotografía considerada por la BBC edición on line en español como la mejor del 2006, en la propuesta para sus lectores "Deportes en el barrio"
http://www.bbc.co.uk/spanish/specials/1046_lectores/page8.shtml
Trabajo Nº 7 - Nota periodística
Título: Basura ahoga sectores de Lima
Publicado en el diario El Comercio
Fecha: catorce de enero del 2003
sección: A 6 - Lima
Publicado en el diario El Comercio
Fecha: catorce de enero del 2003
sección: A 6 - Lima
La basura en las calles es un problema que afecta a muchos distritos de Lima y son contados con los dedos de la mano los que no lo tienen. En San Juan de Lurigancho, por ejemplo, cada esquina de sus principales avenidas luce montículos de basura. Y como si se tratara de una incontrolable plaga hasta las faldas de sus cerros -donde se ubica la mayoría de sus 248 asentamientos humanos- se hallan atestados de desperdicios. Es una situación de anarquía que ha madurado en los 36 años que tiene de fundado este distrito, gracias a la anuencia de sus propios vecinos y autoridades.
Según información de la propia municipalidad, diariamente el distrito produce 420 toneladas métricas de basura. En los últimos cuatro meses los vecinos practicamente vienen respirando el hedor que expelen los residuos que dejó de recoger el anterior burgomaestre.
"Hemos recibido un distrito lleno de basura", se quejó el actual alcalde Mauricio Rabanal, quien asegura que en los trece días que lleva en el cargo ha logrado recoger 15 mil toneladas de desechos.
Según información de la propia municipalidad, diariamente el distrito produce 420 toneladas métricas de basura. En los últimos cuatro meses los vecinos practicamente vienen respirando el hedor que expelen los residuos que dejó de recoger el anterior burgomaestre.
"Hemos recibido un distrito lleno de basura", se quejó el actual alcalde Mauricio Rabanal, quien asegura que en los trece días que lleva en el cargo ha logrado recoger 15 mil toneladas de desechos.
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